• Nombre oficial: Ama Dablam 
  • Significado del nombre: El collar de la madre
  • Altura: 6.856 m.
  • Lugar: Cordillera del Himalaya – Nepal   
  • Año de la Expedición: 1996
  • Integrantes de la expedición: Julio Mesías – Iván Vallejo

AMA DABLAM

En cuatro años cambiarán los papeles

El viernes 18 de octubre es un día inmejorable, con magníficas condiciones. Saliendo desde el Campamento Base (4 530 m) a las 5 de la mañana, llegamos a las tres de la tarde al Campamento III (6 260 m). Desde allí se ve muy cercana la cumbre, separada únicamente por el Segundo Dablam y la finísima arista que parte en dos la pared final.

Suena el despertador a las tres de la mañana; Kari da la orden de levantarnos y, al consultar el termómetro (23 bajo cero), da la contraorden de permanecer en las fundas de dormir hasta mejor momento. A las 06h30 dejamos las tiendas y divididos en dos cordadas nos lanzamos al ataque. Hace frío, mucho frío, todos nos quejamos del dolor en nuestros pies.
Antes de cruzar una grieta muy ancha nos vemos obligados a parar para pasar uno tras otro.

En ese momento, ante la falta de movimiento, el frío arremete con fuerza y me muerde en los pies, en los dedos de las manos y en la nariz. Cruzamos la grieta y seguimos ascendiendo, los tres suizos adelante en una cordada y nosotros, Julio y yo atrás, en otra. A pesar de la gran ayuda que representa algo de la huella que han dejado Tim y sus compañeros canadienses en los días pasados, nos hundimos a veces hasta los muslos, y con ello más frío, más inutilidad y más cansancio.
Mientras subo vienen a mí las imágenes de hace apenas dos meses, escalando con Julio en esa vía exigente y maravillosa del Chacraraju, en la Cordillera Blanca del Perú. No pudimos haber escogido mejor objetivo como proceso de preparación. Ahora “MacGyver” y yo otra vez juntos, pero en el Himalaya.

Sobre nosotros está la roca, que con un poco de paciencia se distingue incluso desde el Campamento Base, ese es el lugar al que llegaron los canadienses y desde donde se dieron la vuelta. Justo en ese sitio ya está llegando el Sol. ¡Allá, allá quiero llegar porque me estoy muriendo de frío! Los suizos paran en la roca, nosotros esperamos más abajo, luego nos toca el turno y llego primero; luego le doy seguro a mi compañero con la cuerda y lo recojo. Descansamos y buscamos el abrigo del Sol, pero este nos llega amortiguado, tibio e inconsistente.

Ni física ni sicológicamente me ayudan los rayos que lánguidamente me lamen la cara y el cuerpo. Liberado de la tensión de escalar en esta pronunciada pendiente (70 grados), me saco la mochila para tomar té caliente y solo entonces me percato del impresionante escenario a mis espaldas: cumbres, picos, glaciares, valles verdes, ríos lechosos, horizonte celeste, cielo azul y negro, paredes blancas enmerengadas de nieve, miles de montañas pulidas, encrispadas y relucientes; al frente y abajo, pequeñito, el Island Peak, la modesta montaña que subí clandestinamente el año pasado, desde cuya cima veía este mismo Ama Dablam cuando no imaginé siquiera que, a la vuelta de un año, estaría jadeando ilusionado en la ladera que conduce a la cima.

Julio me devuelve el termo, lo guardo y arrancamos con lo nuestro. Subo. Soy feliz, completamente feliz pudiendo empequeñecer de alguna manera el dolor de mi reciente separación y mi divorcio. Pienso en mis hijos tan bonitos, tan amorosos, pienso en mi hermana Katita tan cariñosa y que está siempre cuidando de mí, todos ellos regalos generosos de la vida. Apenas puedo, tomo fotografías y le grito arengas a Julio para llegar a la cima. A las 10h45 hacemos una nueva parada para descansar y me reconozco allí, montado en ese lomo de nieve dibujado como una gran cicatriz en medio de la enorme pared cerca de la cumbre del Ama Dablam. Más té, más golpes en las manos y en los pies para que salgan del entumecimiento, y luego seguir escalando.

Desde arriba Manfred me grita: —Just twenty five meters!

Finalmente, la agudeza de la arista termina por desmayarse en un apacible lecho de nieve donde no hay que dar ni un solo paso más.

Kari, Manfred y Jürg se abrazan, escucho que gritan y luego nos esperan con los brazos abiertos. Me paro a recoger la cuerda para que Julio y yo lleguemos juntos a la cima. Cada vez está más cerca de mí, hasta que por fin nos abrazamos y me echo a llorar.

A las 10h52 del día sábado 19 de octubre, alcanzábamos la cumbre del Ama Dablam, a 6 856 m de altitud, en la cordillera del Himalaya.

Me seco las lágrimas y zafándome el nudo de emoción le agradezco a Julio por ser mi compañero de cordada, de ascensión, de cumbre, de angustias y ahora de gloria. Luego vamos donde los suizos y sentimos el torrente de alegría: abrazarnos más, gritar, levantar los brazos, otras lágrimas, nuevas lágrimas.

Luego las fotos. Saco entonces de la mochila la carta que me envió mi hermanita Katy: “Quiero pedirle que cuando llegue a la cima del Ama Dablam me piense un ratito y sienta todo el amor y la energía positiva que envío para usted”… Clic.

Saco la bandera de Ecuador pequeñita y arrugada que ha aguantado todo el trajín esperando este momento. Clic. Otra foto.

Julio y yo nos abrazamos mostrando una tremenda sonrisa y nos ubicamos a un costado del recuadro imaginario de la foto, para dejarle espacio al gran EVEREST, que está justo detrás nuestro. Clic. Otra foto. Nos abrazamos con Manfred y Kari. Clic. Jürg toma otra foto.

Después de todas la fotos y todos los abrazos, me alejo un poco de la cima para quedarme solo; volteándome del todo le encuentro al EVEREST, frente a mí, con su presencia y la catadura que le da el título de ser la montaña más alta del mundo.

En el aire busco sus ojos e imaginariamente los encuentro en el punto más alto, los miro fijamente y entonces hablo: “Querida Chomolungma, en tres o cuatro años seguro cambiarán los papeles, porque yo, Dios mediante, estaré en tu punto más alto mirando desde allí la cima del Ama Dablam, y recordando con humildad este primer paso en mi camino a tu morada