• Nombre oficial: Dhaulagiri
  • Significado del nombre: Montaña Blanca
  • Altura: 8.168 m. Es la séptima montaña más alta del mundo.
  • Lugar: Cordillera del Himalaya – Nepal     
  • Año de la Expedición: 2005, 2006, 2008
  • Integrantes de la expedición 2005: Romano y Nives Meroi, Luca S, Roberto Alloi.
  • Integrantes de la expedición 2006: Sete Tamang (Nepal), Iván Vallejo.
  •  Mario N. (Italianos), Klemen Gricard (Eslovenia), Peter Gugemos (Alemania), Christian Stangle (Austria), Iñaki Ochoa (España), Iván Vallejo.
  • Integrantes de la expedición 2008: Edurne Pasabán, Ferrán Latorre, Fernando Gonzales-Rubio, Asier Izaguirre, Alex Txikón, Iván Vallejo.

DHAULAGIRI

De camino a mi último ocho mil

2005

Cómo cuesta un revés cerca de la cima.

Después de haber colocado y establecido los campos 1 y 2 en el transcurso de las dos últimas semanas de Abril, quisimos aprovechar que una expedición de unos colegas coreanos había llegado  a la cima el 1 de mayo (ayudados por dos sherpas y una cantidad impresionante de oxígeno). Eso significaba que teníamos huella abierta hasta el punto más alto de la montaña, con las ventajas que eso significaba. A partir de este argumento preparamos mochilas y salimos desde el CB rumbo a la cima.

El 3 de Mayo, a las 11 de la mañana, nos hallábamos a cerca de 7.900m siguiendo la huella de los coreanos rumbo a la cima. Pero oh sorpresa unos metros más adelante comprobábamos que dichas huellas llegaban a cualquier parte menos a la cima del Dhaulagiri. Tanto coreanos como sherpas de Nepal, alcanzaron un punto de la arista que está, cierto es, a 8.000m de altitud, allí se abrazaron, sacaron las banderas, se tomaron las fotos y se felicitaron, como se hubieran alcanzado la cumbre, pero…..no había tal,  por ningún concepto ese punto era el más alto del Dhaula.

Después de reconocer semejante cuentazo de los coreanos nos vimos obligados a desandar lo andado, buscando el verdadero sitio de ingreso a la cima. Pero para esas horas (medio día y con un Sol abrasador) la nieve había reblandecido demasiado y realizar la travesía que necesitábamos, para tomar el camino correcto, significada correr un altísimo riesgo de avalancha. Con mucho dolor tomamos la decisión de abandonar el intento y devolvernos a escasos 150 m de la cumbre, eso sí con la esperanza de poder lograrla en las semanas siguientes.

De vuelta en el CB pensando en una nueva oportunidad veíamos con angustia que las posibilidades se venían a menos, pues el mal clima y las continuas nevadas no nos daban tregua. Cuando vimos alguna chance arrancamos desde el CB, sin poder llegar ni siquiera mas allá del C1, pues la tormenta volvía a estropear nuestras ilusiones. Esperamos por un intento más, mientras veíamos muy preocupados como se acumulaba, cada día, más nieve fresca en la montaña por las puntuales nevadas de las tardes.

Imaginándonos que se trataba de una nueva ventana de buen clima, salimos una vez más desde el CB pensando en la cima. Cerca de llegar al C1 vimos con asombro que una avalancha de proporciones gigantescas había cambiado la vía de acceso hasta ese lugar. Sin embargo continuamos hasta el C2, allí habíamos corrido peor suerte, el campamento estaba sepultado completamente por otra avalancha. Christian y yo, después de horas de esfuerzo, logramos rescatar el campamento con la intención de continuar al día siguiente; pero en horas de la tarde una nueva tormenta con rayos y truenos nos obligó a replegarnos asustados hasta el C1. Al final de la tarde llamamos por teléfono al CB del Annapurna para averiguar cómo estaban  las condiciones en esa montaña, con la intención de irnos para allá, y recibimos la muy triste noticia de que esa misma mañana había caído una avalancha de proporciones enormes matando a Christian Kuthner, montañista austriaco para quien el Annapurna iba a ser un último ocho mil en el proyecto de los catorce.

Cuando yo escuché esta noticia, no lo pensé dos veces, hice maletas, guardé mis cosas y me despedí del Dhaulagiri, rumbo a casita a cargarme de energía y amor con mi hija Kamila. El Dahula no se irá, allí estará por siempre, y yo volveré, desde luego, soñando en llegar a su cima.

2006

Segundo revés, segunda frustración.

Campamento Base del Dhaulagiri, 18 de octubre de 2006

Así es queridos amigos, los caprichos del Dhaula hacen que dé por terminada mi expedición y con ello finalizo mis objetivos de este año 2006 que, a pesar de este nuevo revés, definitivamente ha sido estupendo. Hace unas horas Sete y yo acabamos de llegar de vuelta al CB después de alcanzar a duras penas el C2 a 6 400 m y ser impedidos de avanzar más por las pésimas condiciones de la nieve.

De acuerdo a lo planificado, el lunes 16 de Octubre salimos a las siete y media de la mañana desde el CB con destino al C1. Nos encontramos con la primera gran sorpresa al llegar al glaciar roto y descompuesto por el que, muy a pesar nuestro, teníamos que cruzar hasta alcanzar el valle de hielo que conduce al C1; había un sector entre dos banderines verdes fosforescentes dejados por los amigos suizos, que siempre me pareció extremadamente peligroso porque era como ir saltando sobre unos enormes cubos de cristal que apenas se sostenían entre ellos por la arista o el vértice en el que se juntaban. El equilibrio de ese caos de hielo negruzco y sucio era tremendamente precario, debajo solo había el vacío de unas galerías enormes, de unos huecos helados y negros esperando con las fauces abiertas para tragarse en cualquier momento esos bloques gigantes, y quizás junto con ellos, a uno de nosotros.

Al llegar a ese sector, que sin duda era el  que más temía recorrer, comprobamos no muy sorprendidos que el inmenso castillo de vidrio se había desplomado íntegramente y en su defecto nos había dejado un profundo y oscuro vacío  sin camino evidente para cruzar.

Los veinte minutos que nos tomó resolver ese tramo se me hicieron eternos, todo era un caos total, no sabíamos por donde seguir y cada paso que dábamos por encima de los bloques rezábamos porque no se cayeran bajo nuestros pies. De vez en cuando se me venían las imágenes dolorosas de mi accidente de 1988 en el Chimborazo, cuando me caí precisamente en un hueco como esos, en circunstancias más o menos parecidas. Allí me quedé cuatro horas sepultado hasta que mis amigos pudieron rescatarme.

Por fin salimos de esa trampa y lo primero que le dije a Sete fue: Te juro que por allí yo no vuelvo más. La cara que puso fue de sorpresa, porque claro, se preguntaba: ¿Por donde, sino? 

¡Yo tenía un as bajo la manga!

Después de cruzar el valle de hielo y meternos en el contrafuerte que va hasta el C1 tuve la segunda sorpresa: la nieve que había caído los tres últimos días era abundante y extremadamente blanda, guardaba la esperanza de que más arriba el terreno tuviera mejores condiciones.

A las dos y media de la tarde, cargando tremendas mochilas, llegamos al lugar donde dejamos el depósito en la ocasión anterior. Como empezaba a nevar nos apuramos haciendo una plataforma y enseguida montamos la tienda a 5 750 m. No paró de nevar hasta las ocho de la noche; nosotros dentro de la carpa comimos sardinas en aceite, papas cocinadas y mejillones, y después nos hartamos de té con limón. Mientras los copos de nieve golpeaban la tela de la tienda pensaba: ¡Ya decía yo! ¿Que irá a pedir a cambio el Dhaula por el viento que se repliega? Después de las ocho de la noche salieron un montón de estrellas, hizo más frío y nosotros… a dormir

A las nueve y media de la mañana del martes arrancamos de camino al C2 con la gran sorpresa de que había más nieve, como era de suponerse, pero tremendamente floja. Turnándonos en la punta Sete y yo abrimos huella en medio de una especie de polvo blanco que, de tanta inconsistencia, parecía que nos tragaba hasta por encima de las rodillas.

Al llegar a 6 100 m el tema fue para peor, la nieve era más blanda y nos hundíamos hasta los muslos, teniendo en cuenta que en la mochila llevábamos casa y comida para tres días, ya se podrán imaginar el padecimiento que era sacar una pierna para que la otra vuelva a hundirse. A partir de entonces más por testarudez que por convicción peleé la última hora y media hasta llegar al sitio del C2 a 6 400. Dejé la mochila a un lado y me lancé un poco más arriba todavía para comprobar con pena que sobre nosotros la nieve estaba aún en peores condiciones. Por mi experiencia del año anterior en este mismo sitio, sabía que el tramo que está por arriba del C2 es tremendamente peligroso con nieve de esas características. Por esa razón precisamente perdimos nuestro C2, al quedar sepultado por una avalancha.

Lo bueno de las situaciones extremadamente comprometedoras es que no se piensa mucho y la decisión viene de súbito:

  • ¿Qué hago yo aquí, en medio de esta nieve horrorosa?
  • ¿Y si esto se vuelve una trampa como el año anterior?
  • Sete Let’s go. I don’t like this conditions
  • OK Iván dai (hermano mayor, en nepalí). Let’s go.

Bajo a trompicones por la nieve blanda que me entorpece el paso y pienso:

  • Por segunda vez el Dhaula dice que no.
  • He intentado en primavera, luego en otoño y no funciona. ¿Cuándo mismo debo venir?

Ahora no pienses Ivansito, preocúpate por  bajar y punto.

  • Ah si. Bajar. Bajar por esta nieve tan fea. Además tengo que resolver el “problemita” de buscar otro sitio que no sea por  las fauces de hielo

Bajo, pero sigo pensando

  • Me siguen faltando dos, este Dhaula y el Annapurna.
  • El próximo año el Annapurna en primavera y punto.
  • ¿Cómo me sentiré mañana cuando me despierte en la tienda. Habrá resaca o no?
  • Pero el Kangchen estuvo bellísimo.
  • Lindo este 2006, preciosa cima, de las más bonitas de mi vida.

Llegamos en medio de una ligera nevada a la entrada del glaciar miedoso y Sete me pregunta: ¿Wich place Ivan dai?

El año pasado, para llegar a este mismo lugar subíamos por una rampa que a la sazón estaba completamente tapizada de nieve y que aparte de tener una pronunciada pendiente no ofrecía ningún problema. Esta vez, como les conté en otra crónica, queda una rampa, si, pero completamente desnuda, cubierta entera de roca y arena, apenas arañada, aquí y allá,  por unos retazos de nieve. Por allí quería bajar. Mi teoría era que, con los crampones puestos, podíamos incrustar los hierros en esa especie de argamasa que  junta entre sí toda la ladera y en aquellos sitios donde se podría, asirnos a los pequeños trozos de nieve. De todas maneras, si en algún momento el tema se ponía de color de hormiga, llevábamos dos cuerdas de veinte metros para descolgarnos como sea.

Meterme a bajar por el roquedal en verdad que era incierto, pero la experiencia me llevaba a apostar que sí. 

Vuelvo a pensar en ese horroroso glaciar y sé que la decisión que voy a tomar es la correcta.-Ok Sete. ¿Are you ready?

Yes sir. Let’s go

Y ahí vamos, bajando la primera rampa  de nieve, sin ningún problema hasta llegar al roquedal.

– Ok Sete. Please be careful here. Very, very slowly

El y yo bajamos despacito, hundiendo los crampones con la fuerza estrictamente necesaria para no romper el equilibrio tan frágil en esa especie de lodo congelado. De vez en cuando sale un chirrido de los hierros que torpemente arañan las lajas, otras veces se nos escapa algún pedrusco sin querer y allá va rodando cien metros hacia el fondo.

Al llegar un poco más abajo de la mitad de la ladera, nos topamos con un resalte vertical de unos diez metros de alto. Roca cortada a pico delante de nosotros. El único camino es descolgarnos y lo primero que se me ocurre es poner un tornillo en un trozo de hielo que hay cerca de mis pies, pero yo mismo me desapruebo porque es hielo poroso y estoy completamente seguro que al primer golpe del martillo se hará añicos.

-¿Qué hacer? ¿Qué hacer?- 

Busco alguna roca en la que podamos enlazar un pedazo de cuerda, pero todo es inestable. En esas dudas ando cuando alzo a ver y el milagro se hace. No lo puedo creer. Es que no lo puedo creer. La Providencia en su plenitud, cuando más la necesito: Justo sobre mí, a dos palmos de mi cabeza, dos clavos de roca hundidos en una fisura apenas visible por la arenisca que la tapa. Sete y yo gritamos de felicidad, y le agradezco en voz alta al colega que los haya puesto, sin pensarlo, pero a favor nuestro.

Me preocupo de revisar que estén bien colocados, uno de ellos lo debo volver a poner y entonces queda lista la protección. Junto los dos clavos con una cinta, preparo el seguro y lanzo la cuerda por los aires, al vacío. Sin más, Sete baja primero mientras yo cuido que no se muevan el par de clavos (en efecto, ni se mosquean), luego bajo yo y después de eso lo que nos queda es sencillo: una especie de arena congelada en donde los crampones muerden tan fácil como el ratón al queso fresco.

¡Uuuuuuuhhhhh. Sete we got it!

Hasta el pie de la muralla ha venido Kul Bahadur trayéndonos en una tetera, con dos tazas: la limonada fría está deliciosa.

¡Lo hicimos amigo mío, lo hicimos!

Voy de regreso al CB acompañado del tintineo de los mosquetones de mi arnés que se golpean entre ellos. Adelante va Sete contándole a Kul lo peligrosa que estaba la nieve por encima del C2, lo sé porque le señala con la mano los muslos y las rodillas.

Kul está feliz porque ha venido a recibirnos y estamos bien.

Sete está feliz porque el Dhaula lo devuelve entero y con nuevas experiencias.

Y yo estoy feliz porque aunque no ha habido cumbre, que hubiera sido hermoso, no he perdido la ilusión ni las ganas de seguir subiendo estas montañas tan inmensas.

Mañana salgo de vuelta  en mi caminata de regreso a Katmandú y como siempre, mi salida es como la del músico: entro en helicóptero (aniñadísimo, como decimos en mi pueblo; pijo como dicen en España) y salgo a pata. ¿Qué tal?

En el camino tendré tiempo de sacar a la luz las lecciones y las reflexiones dejadas por este Dhaula. Será de mi agrado compartirlas. Hasta entonces, me despido con mi gratitud inmensa a todos ustedes que me apoyan, que me animan y me alientan en este proyecto exigente, de largo aliento y mucha voluntad. Muchas gracias por las oraciones, por los mensajes, las buenas ondas, pero sobre todo por el cariño y el amor que generosamente me hacen llegar. Con mi inmenso cariño y gratitud desde mi tienda en el CB del Dhaulagir.

2008

¡Al fin, mi tan ansiada cumbre!

Cerca de  las once de la mañana del 19 de septiembre de 1997 pise la cima del Manaslú de 8 163 m, la octava montaña más alta del mundo, junto con Kari Kobler (suiza), Santa Gurung y Nima Sherpa (Nepal). En ese entonces no me imaginé ni por asomo que esa cumbre, que era parte del camino de preparación a mi primer Everest sin oxígeno, sería a la postre mi primera cima de más de ocho mil metros dentro de mi gran proyecto de conquistar las catorce cimas más altas del mundo. Desde aquella mañana de septiembre que estuve encumbrado en uno de los gigantes del Himalaya han pasado casi once años y ha corrido bastante agua bajo el puente. En todo este tiempo he tenido la dicha y la fortuna de subirme hasta la cima de las trece montañas más altas del mundo, repitiendo dos de ellas: el Everest (2001) y el Broad Peak (2007). Esto ha significado recorrer cerca de 108.000  metros de cuestas subidas a pie y sin ayuda de oxígeno.

Los dos últimos años han sido estupendos y generosos. El 22 de mayo de 2006 logré la cumbre del Kangchenjunga (8 586 m), la tercera montaña más alta del mundo que demandó mucho esfuerzo pero que al final me premió con la cima, en mi quinto intento.  El pasado 24 de mayo de 2007 a las tres y veinte de la tarde logré, literalmente, encaramarme en la cima del Annapurna (8 091 m), montaña tristemente célebre por poseer el índice más alto de mortalidad: 53.3 %. Fui al Annapurna, subí hasta su punto más alto y bajé con vida, gracias a Dios. Con esa cumbre he logrado trece de los catorce escalones. Ahora voy por el último que me queda: la cumbre del Dhaulagiri (8 167 m), la séptima montaña más alta del mundo. 

MI RELACION CON EL DHAULAGIRI

El Dhaulagiri está ubicado en Nepal, en el lado más occidental de ese país, separado del  Annapurna por una distancia, en línea recta, de no más de cuarenta kilómetros.

Mi primera incursión al Dhaulagiri la hice en la primavera del 2005.

Después de todo el trabajo necesario para fijar cuerdas de seguridad y establecer los tres campamentos de altura, a primeros de mayo realizamos nuestro asalto a la cumbre (tres compañeros italianos, Christian Stangel e Iñaki Ochoa). Desafortunadamente a tres cientos metros de la cima tuvimos que darnos vuelta por el alto riesgo de avalancha que había en la última pendiente que lleva hasta la cima del Dhaulagiri. Bajamos hasta el Campo Base con la esperanza de poder realizar un nuevo intento en los próximos días, pero éste nunca fue posible porque el clima se estropeo aun más, dejando la montaña en condiciones de mayor peligro. No tuvimos más que empacar los bártulos junto con la frustración, la pena y regresar a casa.
Volví al Dhaula en otoño del 2006 en compañía de Sete Tamang un compañero nepalés. Si las condiciones fueron malas en el 2005, en ese otoño fueron peor, ni siquiera pudimos pasar de 6 400 m  por la gran cantidad de placas de nieve que se rompían anunciándonos que en  cualquier rato se produciría una avalancha. Nuevamente tuve que empacar mi susto, mi frustración, mi pena, y volver una vez más a casa sin la cima del Dhaulagiri. 

En todo la trayectoria de los catorce ocho miles únicamente dos montañas me han sido esquivas, el Kangchenjunga y el Dhaulagiri. 

Ahora me alisto por tercera vez con toda la esperanza y la gran ilusión de que en esta ocasión todos los elementos del Universo se acomoden y conspiren en favor de que el viento sea bueno, el frío el necesario, el clima el ideal y la calidad de la nieve inmejorable para que yo pueda alcanzar mi última estrella de más de ocho mil metros.

Mi viaje está planificado para el domingo 9 de marzo a las nueve y quince de la mañana en KLM, con destino a Madrid, para luego continuar hasta Katmandú, la capital de Nepal.

 Por ahora estoy muy motivado, entrenando mucho y soñando con que cualquier día entre el 15 y el 30 de abril próximo me abrazaré en la cima del Dhaula con mis compañeros de expedición, para celebrar con ellos, Dios mediante, uno de los sueños más grandes de mi vida.

Con gran afecto, desde el escritorio de mi casa en Quito – Ecuador. 

CUANDO LA ANGUSTIA DECIDE MARCHARSE

Campo Base 26 de Abril  

Sentado en mi carpa, sábado tarde. Luz amarilla abundante que se derrama en todo el espacio mínimo de la que es mi vivienda en las últimas tres semanas. Afuera sopla el viento ligeramente, como un pálido resabio del ciclón que ahora mismo estará barriendo las laderas de la cima. El parte dice que entre 80 y 90 kilómetros por hora.

A diez metros de mi tienda corre el agua de un riachuelo que baja desde 5 800 m. Antes hielo ahora líquido. Esa agua también habla, a ratos murmullos, a ratos palabras, a ratos no la entiendo pero habla igual que el aire que de vez en cuando golpea mi carpa. 

Yo acá adentro queriendo escribir sin saber cómo empezar. 

Es que tengo una especie de resaca después de una borrachera de angustia.

Si, esa angustia que sentimos los atletas en la línea de partida, con los músculos crispados, con la mirada fija en el vacío pero imaginándonos la meta, respirando hondo con la garganta seca, con los diez dedos abiertos apoyados en la pista sosteniendo la mitad del cuerpo, con los cinco sentidos despiertos y más vivos que nunca a la espera del pummm para erguir el cuerpo y salir disparado hacia el infinito para tragar aire a bocanadas, para mover pies y manos, para que en ese tramo que hay entre la partida y la meta lo dejemos todo.

Esa angustia de esperar el pistoletazo y salir corriendo me ha acompañado los tres últimos tres días.

Ya colocamos los campamentos. Ya fijamos las cuerdas. Ya aclimatamos. Ya dormimos en la altura. ¿Y ahora? ¿Para cuándo el asalto final? La angustia de ésta pregunta siempre es un trago amargo con el que hay que contar.

Me imagino que ustedes se preguntarán ¿Por qué con tantas expediciones a la espalda y todavía les hablo del peso de esa angustia? Simple. Pues el miedo y la angustia es patrimonio de cualquier ser humano que se precie de estar vivo, y yo lo estoy, además en plenitud de facultades.

Esta angustia viene porque dependemos de un elemento muy ajeno a nosotros, que es imposible controlarlo, tal vez es predecible en el mejor de los casos (y si hay un error….sálvese quien pueda), pero en todo caso imposible de controlarlo: el clima.

Ahí está la razón de ser de la angustia. Por lo desconocido. Por lo impredecible. Por la impotencia. Además la cabeza, bien llamada por Rosa Montero La loca de la casa, se pregunta: 

–          ¿Y qué tal si el viento no para?
–          ¿Y qué tal si no se da la ventana de buen tiempo?
–          ¿Y qué tal que la nevada llega rato menos pensado como en años anteriores?

Y así mi querida Loca se va llenando de Y qué tales que van directito a la panza y se arma adentro un incendio de tal magnitud que casi no hay Cuerpo de Bomberos que lo apague. Por suerte el Zantac de 300 miligramos es un inventazo para estos casos.

 Mientras espero el parte meteorológico me vuelvo callado; escribo muy poco; leo a medias y mal; no soy yo, el de siempre -pero igual me quiero, extrañando al de siempre desde luego-; entro y salgo de la tienda; comienzo a lavar la ropa y no la termino. En fin, preso  de la angustia, como una mosca inútil, que con sus patas enzarzadas en un licor espeso en medio de la telaraña, ha perdido la posibilidad de moverse.

 Esta mañana apenas abrí el ojo prendí el teléfono satelital, casi desesperado, esperando el beep de mensaje recibido: un mensaje de Quito, otro más de Quito…y por fin el de Vítor Baía, el Gran Vítor, con el reporte del clima: “Saber esperar la naturaleza nos da un regalo. Parece que día 1 o 2 serán buenos para la cumbre” Y a continuación los detalles de la velocidad del viento para esos días: menos de 30 Km./hora. Pegué un grito que me escuchó todo el Campo Base: Ya está, por fin, aquí está la ventana. Salí corriendo hacia la tienda de Edurne, ni siquiera le pedí permiso para entrar, está vez no se requería, le mostré el teléfono para que leyera el mensaje y luego me fui de tienda en tienda contándoles a cada uno de mis compañeros que el tiempo de angustia había llegado a su fin, porque el Gran Arquitecto, con un silbato imaginario, decía: No va más vientos huracanados, ya hay fecha para la cima.

 Es por eso que ahora estoy en esta resaca emocional, medio amortiguado, pero feliz. Porque ya hay fecha. Porque ya hay ventana. Porque, Dios mediante, habrá mi cima CATORCE el uno o el dos de mayo.

1 de mayo. 8.167 m.

El 1 de Mayo de 2008 a las 12h15 llegué por fin a la cima del Dhaulagiri en mi tercer intento, junto a mí, justo detrás Ferrán, en el deposité todo el llanto inmenso que me otorgó ese momento. Lloraba, solamente lloraba, no podía más  -no necesitaba nada más, tampoco- Luego alcé los brazos y empecé a girar, despacito, girando tres cientos sesenta grados, agradeciendo a Dios y a la Vida, por tantos regalos, por tanta fortuna. ¿Qué más le podía pedir a la vida?. Luego nos alcanzó Fercho y entre los tres alcanzamos la parte más alta de la cima del Dhaula (ahora si me podía dar la licencia para llamralo así). Amablemente me permitieron llegar primero para posarme sobre el punto más alto, volví a levantar los brazos y terminé de llorar; entonces me rodearon con sus brazos Ferrán, Fercho y Gerlinde Kalterbruner que también nos había alcanzado.

No pude haber mejor epílogo para mi último ochomil:  ese día, ese momento, a esa hora, con esos extraordinarios amigos y compañeros.Hace once años había pisado mi primera cima de más de ocho mil metros, sin saber que esa cumbre del Manaslú me llevaría al sueño deportivo más grande de mi vida: Las cimas de las catorce montañas más altas del mundo, sin la ayuda de oxígeno.